Si estresarse adelgazara...
No es que sea una estresada, pero si estresarse adelgazara…
Al despertarme muy descansada, tengo que asumir que me levanto muy tarde. Me debato entre mirar o no el reloj, para darme cuenta cuán tarde es, o puedo optar por lavarme la cara, vestirme y desayunar como si nada. En ese intervalo de tiempo pierdo algunos minutos, hasta que finalmente miro la hora para adquirir conciencia: la hora de levantarse ya pasó. El trotecito de la cama al baño, al ropero, a la cama para sentarme a poner los zapatos, al pie de la escalera tras bajarme de mi dormitorio, a subirme de vuelta por olvidarme de mi celular en mi mesita de luz, a bajarme de vuelta, a prender la computadora para imprimir un trabajo de la facultad, encender la televisión para ver las noticias de la mañana, al trote a la cocina, arrojar la taza de café en el microondas, correr de vuelta a la computadora, volar hasta el microondas, desayunar mientras cargo mi termo con agua y busco una fruta y algo dulce para comer durante el transcurso del día, debería haber quemado algo de grasa. Pero no, comí un alfajor en el desayuno. Ahí gané las calorías perdidas.
Al salir corriendo por el portón eléctrico de mi casa, giro al menos 5 veces para asegurarme que no dejo el portón abierto, ni que se paraliza el cierre por apretar accidentalmente el botón del control que arrojé en algún bolsillo de mi saco, y que nadie está entrando a mi casa mientras dejo mi hogar atrás. Ese movimiento de cintura, de girar del frente para atrás, algún efecto tiene que tener. Alterno el giro para que una cintura no quede más marcada que la otra.
Subiendo la ladera de mi casa hasta España, encuentro un nuevo estrés. Hay CINCO –sí, cinco- policías en la esquina. “¿Quién se murió? ¿Quién viene? ¿Qué va a pasar hoy?”. Nunca hay cinco policías en ninguna parte. A la media cuadra hay un sexto policía viniendo. Algo está raro. Da para pensar que algo está muy inseguro. La inseguridad estresa. Más calorías quemadas.
Llega el bus –con un policía en la puerta, ahí son siete en menos de cinco minutos sin moverme- y el único lugar que hay es un pie en el último escalón de la puerta de salida, y el otro pie colgando. Saber que el tiempo apremia, y que para llegar al trabajo ponés en riesgo tu vida, estresa. Con la mochila de casi diez quilos cargada, un termo en la mano y mi humanidad, me cuelgo del bus. Entro un poco mejor de lo que estimaba, pero odio agarrarme de la puerta, especialmente si la puerta se abre y se cierra para dejarme balanceándome cada vez que alguien se tiene que bajar. Todo ese tiempo estás con todo el cuerpo tensado, sin darte cuenta estás trabajando abdominales y la cola, como cuando hacés spinning y el personal trainer te dice que endurezcas para trabajar los músculos. Sí, andar en micro se volvió spinning sin bicicleta.
Mientras espero para sentarme en un lugar libre –lo que se da 15 minutos después de subirme- tengo que velar para que: no me toquen, no me abran la mochila, no me roben, no me miren, no me silben, etc.
Al sentarme, me encuentro con más cosas –aunque banales- para estresarme: la gente que combina poleras verdes con bufandas rosadas estresa. La gente con camisa y sudadera deportiva como vincha en la cabeza estresa.
Pasar por la plaza Uruguaya, y ver los niños pobres desabrigados, los indígenas calentando restos de comida de basureros, las casitas de hule y un campamento de refugiados similar a los de la Segunda Guerra Mundial, pero en Paraguay y en el siglo XXI, estresa. Estresa ver tan brutal brecha entre ricos y pobres, cómo lo máximo en riqueza que alcanzan los olvidados es la sombra del Mercedes último modelo de algún político, siendo que lo único que piden es comida, salud y educación.
Estresa pensar en cómo le vas a pedir al conductor del bus que te de el ticket del boleto que vas a pagar, porque no querés ser parte de la corrupción. No cumpliste con la tarea de pensar en la excusa que le vas a dar para que no te escupa por la cara, te tire el ticket a la calle y te pase encima cuando te bajes y recojas el pedacito de papel que pagaste; entonces pagás el pasaje, y cruzar los dedos no alcanza para recibir el papel. Otro día más sin ticket. Hay que pensar una excusa urgente para exigir algo que es un derecho. Este trajín de incertidumbre, estresa.
Llegar temprano a la oficina no estresa. Saber que tenés que presentar un proyecto esa tarde para el cual no tenés ni la más pálida idea de qué vas a hacer.. eso estresa.
Y eso que son las 8 de la mañana. Si estresarse adelgazara…
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