Gente que no es gente
Estoy PA-TI-LLU-DA de la gente que no es gente.
Estoy cansada de sentir que la vida me pasa por encima, que hago cosas que no importan para dejar de hacer cosas que sí importan.
Estoy exhausta de dormir tan tarde, estudiar tanto, y que yo me presente al examen medio muerta, y otros copien como si nada.
Estoy harta de reclamos estúpidos, de gente adulta comportándose como criatura, que espera la ocasión para echarte la culpa, para hacerte tropezar, que busca culpables (más todavía cuando el máximo culpable es él mismo) y no soluciones; que lloriquea para conseguir lo que quiere, y lo PEOR: yo, bobaza, haciendo lo que piden.
Odio que en esta vida nada es correr la milla extra. Nada es agradecido. Todo luego es "mi deber" hacer.
ABORREZCO que me deseen un Feliz Día de las Brujas! La remil contra /&%$#"!, no me conocieron enojada todavía como para andar llamándome bruja. Les parece simpático? Manga de tarados, si fuera bruja les haría voodoo en un sácate, a ver si podían dormir en esta noche.
Necesito que Dios me dé esperanza en la gente.... Por lo que más quieras, Dios, o en el mundo abunda gente que no es gente o estamos ya todos echados a perder?
Y eso que la Teletón es hoy, ehh... a ver si nos ponemos las pilas para hacer un poco algo por otro.
Publicado por
VaneRV
on lunes, octubre 27, 2008
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Cómo convertirse en alguien que uno no quiere ser
Comience por olvidarse de dónde surgió. Olvídese de todo el camino construido, del sudor derramado, de las lágrimas echadas, del miedo a seguir para el frente pero que luego fue venciendo. Pero, un momento: ¿qué pasa si no construyó nada? Entonces, seguramente tampoco tiene en claro lo que quiere ser, por lo que da lo mismo en lo que se convierta, si no tenía un norte de cualquier manera.
Sigamos. Olvídese de dónde salió, que seguramente es más abajo de lo que se encuentra (al menos que haya caído ya muy bajo y recién se esté planteando cómo llegó hasta ahí). Prosiga con su actitud engreída, soberbia y autosuficiente por la vida, creyéndose más que todos, igual a nadie, y tratando a la gente como medios para llegar a su fin.
Puede avanzar en el camino a la perdición renunciando a sus ideales. Sí, vuélvase flexible, relativo. A veces se hacen ciertas cosas que, circunstancialmente, no están mal. No taaan mal, al menos. Dése el gusto ocasionalmente de hacer lo que dijo que nunca haría. No hay cosa que haga y no afecte a otro, por lo que puede abusar de su potestad de afectar al entorno y proseguir con lo que se le cante en gana. Déjese guiar por el corazón o la calentura, el que usted prefiera y de acuerdo a su nivel de sinceridad, y deje de lado la cabeza que, de cualquier manera, la tenía por objeto decorativo en el instante en que decidió hacer lo que le placía.
Continúe por confiar en demasía en la gente. Sí; esos seres mortales que andan como usted y como yo, haciendo promesas y cumpliéndolas cabalmente. No son todos, ojo: hay algunos pocos especímenes que asumen las consecuencias de sus palabras. Hay una vasta mayoría que habla sin pensar, que dice sentir lo que no siente, o que no tiene huevos para llevar a cabo lo que quiere. Y capaz quiere concretar, pero no sirve de nada si no tiene la garra para hacerlo. Pocos en el mundo tienen el arranque para pelear por lo que quieren.
Critique. Critique, critique, critique. Mire cada cosa que le rodea y diga en voz alta que usted lo haría mejor, que nunca lo haría así, que es el resultado de la ignorancia o inoperancia.
Núblese la visión con la codicia. Codicie cosas materiales, y escúdese en el sentido de pertenencia o en la necesidad de cariño para comprar lo que sea que le haga feliz por unos instantes. Pase varios instantes comprando esas cosas, y siga experimentando el vacío del falso poder que le da a uno el dinero.
Pierda su perspectiva gastando su energía y dinero en todo lo que no sea su familia. Almacene rencor, estrésese por lo que salió mal y por lo que pudo haber salido mal.
Concluya el proceso abocando sus energías devolviéndole a alguien el mal en el que usted se convirtió, preferentemente a alguien a quien ame con todas sus fuerzas. Chequee si le dolió hacerlo. Si no, aumente las dosis de veneno para el alma, tenga por seguro que eventualmente perderá la capacidad de amar.
(Otro día analizaremos cómo revertir el monstruo en el que nos convertimos con el pasar de los días.)
Comience por olvidarse de dónde surgió. Olvídese de todo el camino construido, del sudor derramado, de las lágrimas echadas, del miedo a seguir para el frente pero que luego fue venciendo. Pero, un momento: ¿qué pasa si no construyó nada? Entonces, seguramente tampoco tiene en claro lo que quiere ser, por lo que da lo mismo en lo que se convierta, si no tenía un norte de cualquier manera.
Sigamos. Olvídese de dónde salió, que seguramente es más abajo de lo que se encuentra (al menos que haya caído ya muy bajo y recién se esté planteando cómo llegó hasta ahí). Prosiga con su actitud engreída, soberbia y autosuficiente por la vida, creyéndose más que todos, igual a nadie, y tratando a la gente como medios para llegar a su fin.
Puede avanzar en el camino a la perdición renunciando a sus ideales. Sí, vuélvase flexible, relativo. A veces se hacen ciertas cosas que, circunstancialmente, no están mal. No taaan mal, al menos. Dése el gusto ocasionalmente de hacer lo que dijo que nunca haría. No hay cosa que haga y no afecte a otro, por lo que puede abusar de su potestad de afectar al entorno y proseguir con lo que se le cante en gana. Déjese guiar por el corazón o la calentura, el que usted prefiera y de acuerdo a su nivel de sinceridad, y deje de lado la cabeza que, de cualquier manera, la tenía por objeto decorativo en el instante en que decidió hacer lo que le placía.
Continúe por confiar en demasía en la gente. Sí; esos seres mortales que andan como usted y como yo, haciendo promesas y cumpliéndolas cabalmente. No son todos, ojo: hay algunos pocos especímenes que asumen las consecuencias de sus palabras. Hay una vasta mayoría que habla sin pensar, que dice sentir lo que no siente, o que no tiene huevos para llevar a cabo lo que quiere. Y capaz quiere concretar, pero no sirve de nada si no tiene la garra para hacerlo. Pocos en el mundo tienen el arranque para pelear por lo que quieren.
Critique. Critique, critique, critique. Mire cada cosa que le rodea y diga en voz alta que usted lo haría mejor, que nunca lo haría así, que es el resultado de la ignorancia o inoperancia.
Núblese la visión con la codicia. Codicie cosas materiales, y escúdese en el sentido de pertenencia o en la necesidad de cariño para comprar lo que sea que le haga feliz por unos instantes. Pase varios instantes comprando esas cosas, y siga experimentando el vacío del falso poder que le da a uno el dinero.
Pierda su perspectiva gastando su energía y dinero en todo lo que no sea su familia. Almacene rencor, estrésese por lo que salió mal y por lo que pudo haber salido mal.
Concluya el proceso abocando sus energías devolviéndole a alguien el mal en el que usted se convirtió, preferentemente a alguien a quien ame con todas sus fuerzas. Chequee si le dolió hacerlo. Si no, aumente las dosis de veneno para el alma, tenga por seguro que eventualmente perderá la capacidad de amar.
(Otro día analizaremos cómo revertir el monstruo en el que nos convertimos con el pasar de los días.)
Publicado por
VaneRV
on domingo, octubre 26, 2008
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Bendita la lluvia para el alma
Sábado, pasadas las 8 de la noche. Estaba saliendo de la iglesia con Filo (un amigo, para quienes no tienen el gusto de conocerle), después de cumplir -o al menos estar dispuesta a hacerlo- con las tareas del día. El cielo se dilucidaba entre permanecer negro con destellos blancos, como si Dios nos estuviera quitando fotos con un flash muy ruidoso, o derramarse como balde para limpiar el mundo.
No era un fin de semana normal. Usualmente los fines de semana saco presión de la olla ardiente que me vuelvo durante la semana (de la histeria acumulada), y cumplo con mis deberes académicos. Estos dos días de supuesto descanso y cumplimiento con la facultad se me descalabraron totalmente. Para comenzar, me pasé durmiendo, de lunes a viernes, a la 1 de la mañana. ¿Haciendo qué? Cosas del laburo. Tengo un examen mañana, de Marketing I, con un profesor bastante complicado. Muchas fotocopias, nada leído. Ya me resigné a tener que poner energías que no tengo para estudiar. Aparte, mañana comenzamos una campaña publicitaria para Creacion Publicitaria. Si bien vinimos trabajando con regularidad, de alguna manera no llegamos bien para mañana. Siguiente, se suponía que tenía una reunión con un cliente. Sí, un sábado. Eso hizo que la olla ya no sea ardiente, sino explosiva. Finalmente, era una de las responsables de un evento de la iglesia. Para sacar presión de la olla, suelo juntarme con Chris, y ese sábado sólo tuve la oportunidad de pasarle sus copias para estudiar. Sabía que el resto del fin de semana no lo iba a ver. No íbamos a cocinar juntos, ni a ver películas, ni a hacer nada de nada de absolutamente nada que nos gusta hacer juntos.
Llegó el sábado de noche, y ya sobreviví a: una reunión que nunca se hizo (pero condicionarme mentalmente me desgastó), a la merienda de la iglesia en su pre, producción y postproducción, y a tareas académicas que no hice y me remordían la conciencia.
Entonces, íbamos camino a nuestras casas con Filo, para cumplir con el resto de lo que faltaba, cuando Dios decidió abrir el cielo. Nuestro problema fue estar a exactamente la mitad del camino entre el auto y la puerta de la iglesia. Corrimos hacia el auto con el agua empapándonos enteramente. Yo no atiné más que a reírme y correr. No recuerdo haberme mojado tanto en una lluvia. Y, mientras corría y me reía, no sabía explicarme por qué, pero era la primera vez en varios días que me sentía genuinamente tan feliz.
Llegamos a la puerta del auto con los granizos cayéndonos encima, y ni un alma tan irresponsable como las nuestras en la calle. Nos metimos adentro pensando que íbamos a estar más a salvo que afuera, pero observando las ramas, el granizo, la corriente de río que se formó en la calle y los cables bamboleándose, decidimos movilizarnos a una estación de servicio.
A todo el resto de los que estaban en la calle se les ocurrió lo mismo. La Esso de Brasilia y España nos cobijó en un rinconcito, donde nos pusimos a esperar y a observar el cielo. La lluvia se disfrutó más cuando toda la sección de la ciudad se quedó a oscuras, pero sólo los mormones se arreglaron para hacer que su ángel de oro, ubicado en la parte superior de su cúpula, no se quede a oscuras.
Y ahí permanecimos, con los restos de una torta en mi regazo, y Filo observando que todo auto que se moviera no le toque, porque su camioneta ya tiene nuevo dueño. Ya me había pasado literalmente toda la tarde hablando con él, fuimos a Burger King a seguir conversando de dos mundos totalmente diferentes, como son el suyo y el mío. Él me preguntaba de revistas selectivas, yo le preguntaba si tenía que comenzar a comprar yenes o qué onda. En el auto, la conversación y la observación del mundo prosiguió.
Cuando le dimos tiempo a la tormenta para acabar, decidimos movilizarnos hacia nuestra zona. Seguían los vestigios de inmenso raudal, pozos abiertos, ramas y cables caídos. Lentamente avanzamos hacia Manorá e Isla de Francia, hasta que fui depositada sana y salva, en mi casa. Pasé más tiempo del estimado afuera, pero era un tiempo que Dios sabía que, para mí, era necesario.
Creo que lo que hice en ese tiempo de tormentafue quitarme de adentro mis cargas. Fue justo y necesario, la lluvia tuvo el extraño efecto de limpiarme el alma, tan agobiada, tan exhausta, tan rendida, tan cansada. Esa tormenta y un amigo que te escuche. Sólo con eso basta.
Sábado, pasadas las 8 de la noche. Estaba saliendo de la iglesia con Filo (un amigo, para quienes no tienen el gusto de conocerle), después de cumplir -o al menos estar dispuesta a hacerlo- con las tareas del día. El cielo se dilucidaba entre permanecer negro con destellos blancos, como si Dios nos estuviera quitando fotos con un flash muy ruidoso, o derramarse como balde para limpiar el mundo.
No era un fin de semana normal. Usualmente los fines de semana saco presión de la olla ardiente que me vuelvo durante la semana (de la histeria acumulada), y cumplo con mis deberes académicos. Estos dos días de supuesto descanso y cumplimiento con la facultad se me descalabraron totalmente. Para comenzar, me pasé durmiendo, de lunes a viernes, a la 1 de la mañana. ¿Haciendo qué? Cosas del laburo. Tengo un examen mañana, de Marketing I, con un profesor bastante complicado. Muchas fotocopias, nada leído. Ya me resigné a tener que poner energías que no tengo para estudiar. Aparte, mañana comenzamos una campaña publicitaria para Creacion Publicitaria. Si bien vinimos trabajando con regularidad, de alguna manera no llegamos bien para mañana. Siguiente, se suponía que tenía una reunión con un cliente. Sí, un sábado. Eso hizo que la olla ya no sea ardiente, sino explosiva. Finalmente, era una de las responsables de un evento de la iglesia. Para sacar presión de la olla, suelo juntarme con Chris, y ese sábado sólo tuve la oportunidad de pasarle sus copias para estudiar. Sabía que el resto del fin de semana no lo iba a ver. No íbamos a cocinar juntos, ni a ver películas, ni a hacer nada de nada de absolutamente nada que nos gusta hacer juntos.
Llegó el sábado de noche, y ya sobreviví a: una reunión que nunca se hizo (pero condicionarme mentalmente me desgastó), a la merienda de la iglesia en su pre, producción y postproducción, y a tareas académicas que no hice y me remordían la conciencia.
Entonces, íbamos camino a nuestras casas con Filo, para cumplir con el resto de lo que faltaba, cuando Dios decidió abrir el cielo. Nuestro problema fue estar a exactamente la mitad del camino entre el auto y la puerta de la iglesia. Corrimos hacia el auto con el agua empapándonos enteramente. Yo no atiné más que a reírme y correr. No recuerdo haberme mojado tanto en una lluvia. Y, mientras corría y me reía, no sabía explicarme por qué, pero era la primera vez en varios días que me sentía genuinamente tan feliz.
Llegamos a la puerta del auto con los granizos cayéndonos encima, y ni un alma tan irresponsable como las nuestras en la calle. Nos metimos adentro pensando que íbamos a estar más a salvo que afuera, pero observando las ramas, el granizo, la corriente de río que se formó en la calle y los cables bamboleándose, decidimos movilizarnos a una estación de servicio.
A todo el resto de los que estaban en la calle se les ocurrió lo mismo. La Esso de Brasilia y España nos cobijó en un rinconcito, donde nos pusimos a esperar y a observar el cielo. La lluvia se disfrutó más cuando toda la sección de la ciudad se quedó a oscuras, pero sólo los mormones se arreglaron para hacer que su ángel de oro, ubicado en la parte superior de su cúpula, no se quede a oscuras.
Y ahí permanecimos, con los restos de una torta en mi regazo, y Filo observando que todo auto que se moviera no le toque, porque su camioneta ya tiene nuevo dueño. Ya me había pasado literalmente toda la tarde hablando con él, fuimos a Burger King a seguir conversando de dos mundos totalmente diferentes, como son el suyo y el mío. Él me preguntaba de revistas selectivas, yo le preguntaba si tenía que comenzar a comprar yenes o qué onda. En el auto, la conversación y la observación del mundo prosiguió.
Cuando le dimos tiempo a la tormenta para acabar, decidimos movilizarnos hacia nuestra zona. Seguían los vestigios de inmenso raudal, pozos abiertos, ramas y cables caídos. Lentamente avanzamos hacia Manorá e Isla de Francia, hasta que fui depositada sana y salva, en mi casa. Pasé más tiempo del estimado afuera, pero era un tiempo que Dios sabía que, para mí, era necesario.
Creo que lo que hice en ese tiempo de tormentafue quitarme de adentro mis cargas. Fue justo y necesario, la lluvia tuvo el extraño efecto de limpiarme el alma, tan agobiada, tan exhausta, tan rendida, tan cansada. Esa tormenta y un amigo que te escuche. Sólo con eso basta.