La salida
Después de pasar un fin de semana de hotel tras el casamiento, no podíamos contener la emoción de nuestro primer viaje juntos. Aunque a la mañana llevamos el vestido de novia a la tintorería e hicimos otros menesteres, nos placía el hacer las cosas juntos. Almorzamos en casa y revisamos por última vez las valijas para ver que no faltaba nada. Nos llevaron al aeropuerto mis papás, donde nos encontramos con la mamá y hermana de Chris, y nos dejaron hacer nuestro check-in, y hubo una despedida emotiva, con lágrimas y risas.
Cruzamos la puerta de acceso a pasajeros y el vientito frío de los conductos de aire condicionado del Silvio Pettirossi nos invitó a tomarnos un café en Havanna mientras esperábamos nuestro vuelo. La emoción de los 2 era igual de grande: para Chris no sólo era la primera vez que tomaba un avión, era la primera vez que salía del país. Yo estaba enloquecida con la idea de viajar lejos y con mi compañero de aventuras.
Durante el despegue, ya le instruí a Chris que sienta en sus pies cuando el avión despegaba del piso. Se animó y se sentó en la ventana para ver el mundo desde la más linda de sus ópticas: desde lejos, y la pasó muy bien en el vuelo de TAM.
En Sao Paulo pasamos por Aduanas y nos paseamos mirando todo lo que había por el duty free. Después ya le entregué el pasaje y le dije que localice nuestro siguiente vuelo en las pantallas enormes. En realidad le desafié a hacerlo, y en un rato lo hizo y marchamos a nuestra puerta de embarque, y admiramos en el camino a todos los aviones y tratamos de adivinar de qué países venían los más extraños.
Viajamos toda la noche en Aeromexico a Ciudad de México, tocando todos los botones que encontramos en nuestro camino, tal como hacen los niños de Preescolar. Experimentamos el control con botones tipo videojuegos, vimos películas y series, y experimentamos una turbulencia para ponerle picante a la situación, justo encima de Venezuela. (¿Coincidencia?)
La ciudad de México tiene un aeropuerto sencillamente espectacular. Es enorme, algo complicado de entender en la entrada pero luego se fluye. Fue en este aeropuerto donde nos encontramos con nuestro primer Starbucks. Y, para qué luego (como diríamos en Paraguay), el mundo de Chris se estremeció en ese instante. Salieron los primeros vasos de café y compramos los granos de café de Kenia, tras la amena charla de Chris con la barista para que le sugiera uno para llevar.
Hay una excursión en particular que es muy larga y por su contenido histórico y cultural es más que válido hacerlo con guía: Chichen Itzá. Nos ofrecieron un buen precio por el paquete (USD 90 por persona, para Junio 2010) e incluía la pasada por ciudades, almuerzo, visita a un zenote y el tour por las ruinas Mayas (ya sabrán la historia). Ese compramos, con el terror de que nunca nos pasen a buscar del hotel y habiendo pagado una seña por ello.
De Ciudad de México tomamos la conexión a Cancún temprano en la mañana, en un avión más chico de Aeroméxico pero igual de lindo. Al bajarte del avión en Cancún (en medio de la pista) atravesás Aduanas y te esperan un montón de taxistas gritando nombres u ofreciéndote el traslado. Compramos nuestro paquete con traslado incluido (aunque se me había antojado alquilar vehículo, después reculé por el posible cansancio) y buscamos nuestra empresa de transporte, que nos trasladó a varios turistas a algunos de los casi cientos de hoteles en el litoral caribeño.
En el camino me entretuve charlando con parejas de europeos que contaban a cuáles hoteles ya habían ido (una pareja estaba en Cancún por 5ta vez, no les culpo) y por supuesto, todos fascinados con nuestra juventud y estado civil.
Día 1 - martes
Llegamos a las 13:00 a nuestro hotel, tras 1 hora y media de autopista desde el aeropuerto de Cancún. El Gran Bahía Príncipe es enorme y no estaba segura de cuál de los tres lobbys nos correspondía, finalmente confirmaron que nos tocaba el Cobá. Repasé en mi cabeza el briefeo de cada uno. Cobá quedaba lejos de la playa pero se accedía a ella por los carritos-de-golf-más-largos-de-lo-común. No me convenció tanto en un principio, pensé que era mejor estar en el Akumal: pero con el pasar de los días supe que fue un fabuloso destino del destino (?).
Luego del check-in, nos pidieron tiempo hasta las 15 hs para entrar a la habitación, nos dieron unas pulseritas y nos invitaron a pasar al restaurante. Esa pulserita resultó ser un pase a la perdición: era tu free-pass a todas las comidas y bebidas del hotel, y al uso de instalaciones en las 3 sedes. Cuando vimos el buffet por primera vez, casi desmayamos. Nos olvidamos que llegábamos de 9ºC en Asunción a casi 40ºC en Cancún, y estábamos todo pegoteados del calor, y comimos sin remordimiento.
Barriguita llena, corazón contento. Lo único que queríamos era ir al mar y sentirnos de vacaciones (porque de comer mucho, comemos mucho siempre!). A las 14:30 nuestra habitación ya estaba lista y nos cambiamos y corrimos al mar. O al autocarcito ese, como sea. En el camino ya encontramos iguanas y Chris enloqueció en fascinación por estos bichos, haciéndome toda clase de preguntas que no estaba lista para responder. No se me ocurrió buscar en Wikipedia sobre estos bichos, y él me preguntaba si mordían, cómo se defendían y qué comían.
Y nos encontramos con un escenario que traspasa el imaginario y las fotos que pensamos que retocan para que el mar se vea así. El mar Caribeño, con su calidez del sol de todo el día, nos recibió para hacernos sentir que tantas horas de viaje y tantos años de espera valieron la pena.
A la noche caímos rendidos y no cenamos, se nos pasó la hora con el cansancio del viaje. A eso de las 1:30 am, teníamos hambre y leímos en alguna parte de los folletos que teníamos un snack bar abierto las 24 hs. Así que salimos de cacería de comida, con nuestro mapa del hotel. Fue la primera vez que nos perdimos. Tras vagar 45 minutos por la húmeda y cálida madrugada, encontramos por accidente nuestro restaurante 24 horas. Sin saber si realmente iba a surtir efecto lo de comer y beber cuanto sea, a la hora que sea, pedimos pizza y hamburguesa. Disfrutamos de la comida rápida y procedimos a tratar de encontrar nuestra habitación, de vuelta.
El segundo día ya prometía más aventura, sólo queríamos que amanezca para seguir viviendo la Riviera Maya.