Sábados a la noche
Cuando es jueves, ya estoy pensando en qué será de mi vida el sábado a la noche.
Mi sábado de noche no tiene muchas variaciones. No es un descontrol, una euforia, ni una demencia colectiva. Desde la siesta preparo el estudio bíblico, después vienen mis amigos, tenemos el estudio, y nos vamos a la iglesia. La cosa a la que más espero en la semana es el momento de sábado a la noche. Es ahí donde me encuentro con todos mis amigos, a quienes no le veo prácticamente durante la semana.
Los sábados de noche buscamos algo que hacer entre mis amigos. Está Filipo, el futuro economista amante del estudio y mi oráculo personal; Amilcar, el vecino de la facultad de Derecho (al lado de mi facultad, la de Filosofía) con quien nunca me encuentro, y vivimos una amistad imposible (se sabe que en la UCA, los menos amigos son los abogados y los hippies de Filosofía, pero como yo no soy hippie, tengo un permiso especial). Aparece Dani, el megalaburador y chico feliz que canta músicas románticas, y se suma Chris, que cada día trae su sorpresita y aporta el sarcasmo en su máxima expresión. Ocasionalmente se suma Bruno, que sin lugar a dudas hace historia cada vez que nos acompaña cuando su doncella no lo honra con su presencia. Si ella está, lógico que nos abandona, pero les perdonamos.
Qué hacemos? No mucho, la verdad. Buscamos generalmente un lugar donde comer, donde sentarnos a hablar, a expresarnos sin que nadie nos mire mal ni nos juzgue por lo que creemos, lo que sentimos. Nos sentamos a reírnos, a contar nuestras más inhóspitas historias de la semana, a dar un reporte como si fuéramos semanario de noticias. No planeamos conquistar el mundo, pero creo que esos momentos nos hacen sentir que cada uno puede conquistar el suyo.
Estar con amigos es lo que hace que te acuestes el domingo de madrugada y ya desees que sea el próximo sábado, sólo para volver a encontrarlos.