La espada de la lengua: sus orígenes y su estado actual

Tengo una habilidad con las palabras. A veces para bien, a veces para mal.

Sin ánimo de justificarme, ese "talento" se remonta a mi infancia, particularmente al inicio del colegio. Siento que, de chica, tuve que tragar el gusto amargo de la maldad. Y la maldad infantil no es para menospreciar, los que tuvimos el placer de conocerla sabemos que es de alto impacto. En clase, era hija de una profesora del colegio y, encima, mi familia era evangélica. En pleno colegio anglicano (pero lleno de familias católicas), y en un momento de mucha presión sobre creencias diferentes (por no decir persecusión religiosa), mis compañeros se esmeraban para hacerme sentir menos.

Tengo en la mente escenas como un día lluvioso, en donde sólo dos compañeras salimos al patio porque teníamos esas botas de goma, y cuando terminó el recreo, me exiliaron del grupo sólo porque traje botas. Cuchicheaban, me quitaban la silla cuando me iba a sentar. Ridículo, pero marcante. Recuerdo también cuando un día, en vez de orar con las manos juntas, oré con las palmas de las manos mirando hacia arriba, como veía que oraban en mi iglesia. No les puedo explicar la cara y las palabras de desaprobación de nenes de 4 años, a esta personaje que no tenía idea que eso significaba asociarse a una "secta". Y cuando venían a preguntarme si "era cierto que nos íbamos a una iglesia satánica en familia, porque eso dijeron en su casa", UH! Es medio complicado responder eso con 5 años.

En ese contexto, traté de salir con la frente para arriba, por terca y por necesidad de aceptación, dos características que aparentemente voy a llevar a la tumba. Sacar buenas notas resultó ser otro motivo para el exilio, la adolescencia tampoco fue muy buena conmigo. Tantas cosas que hasta dan vergüenza recordar, aunque lo recuerde en el silencio de mi mente. No digo que siempre fui una víctima y que fui una santa martirizada; me engorré en un proceso de causa-efecto como si fuera un círculo vicioso, donde hería porque me sentía lastimada, y me lastimaban porque hería. Reconozco eso.

Así como me tragué la maldad, usé la maldad para defenderme. Reconozco que estaba constantemente a la defensiva. No perdonaba una bala que me rozara, me daba la vuelta y disparaba como metralleta al corazón de la gente. Encontraba deleite en eso, en ver que la gente me hería era fulminada en instantes. Habré puesto una cara casi maligna en mi infancia, viendo que me salía con la mía cuando me trataban de fastidiar. Hay gente que ligó balazos gratis, sólo porque yo vivía en estado de alerta. Y por esos balazos repartidos gratis, mi mamá siempre me hizo pagar. No defendía que yo me defienda de manera tan hiriente y me castigaba también aunque el receptor se lo merezca, pero el castigo no me quitaba la sensación de victoria sobre la gente malintencionada. (Creo que sueno casi psicópata a esta altura del campeonato.)

Con eso crecí, así me forjé. "Every man for himself" (Cada hombre por sí mismo) era mi motto, y me encargaba de lidiar con cuanta alimaña se me cruce por enfrente (y como alimaña miraba a quien me quería jugar sucio). Y cuando no podía más, salía un sólo amigo a sacar pecho por mí: Santi, que además de compartir la sangre (también es Vaesken de madre), tenía esa habilidad de detectar cuando estaba acorralada y me sentía indefensa, y ponía orden en el boliche hasta las últimas consecuencias. Incluyendo esa vez que le echaron de la clase por defenderme, y se paró conmigo afuera de la puerta, y mientras yo lloraba por ser expulsada de la clase, me dijo que él le iba a explicar a mi mamá la injusticia que pasó. Estudió Derecho y Ciencias Diplomáticas, así que eso ya se veía venir.

Pasan los años, uno se afianza en lo que cree, uno va descubriendo la persona que quiere ser y trata de alinear su vida a ese estándar de calidad al que uno aspira. El descubrimiento del siglo: no es fácil, no nace tan espontáneamente. Y en los momentos más inesperados, nace de lo más adentro de uno, cuando la gente te toca en el punto de dolor, como si fuera un botón para activar "modo lengua salvaje: ON."

Me desempeño en un ambiente que exige lengua filosa, respuestas rápidas. Hay gente que tiene la habilidad de ofenderte sin que te des cuenta, o te ofende tan magnánimamente que no sólo te deja sin palabras, te deja sin aliento. Después te vas pensando en lo que hubieras dicho si tan sólo hubieras tenido las palabras correctas para decir en ese momento. Mi cerebro se desliga en esos momentos y usualmente no puedo responder, y cuando se me pasa la ira, reconozco que es mejor que no haya encontrado las palabras para decir, porque el lío en el que me hubiera metido iba a ser TREMENDO. Y, cuando logro defenderme sin más daños colaterales que poner orden y sentir que me hago respetar, todavía sonrío adentro, por el inmenso logro de haber hecho sin masacrar a nadie.

Ayer despertaron en mí esa "vieja Vane". Sentí que podía salir a buscar a todas esas personas, y darles un pedazo de mi mente, una a una, y no parar hasta masacrarles. Cuando se trata de mí, ya aprendí a moderarme, pero que hablen de alguien de mi familia despierta mis más básicos instintos y ahí no hay quien me pare. Vuela la Palomita y se queda una Vane desmesurada. No me enorgullece, pero soy sincera: es así.

La ironía es que hace semanas venimos hablando del poder de la lengua en el Estudio Bíblico. La lengua, con su doble propósito: de edificar o de destruir, de ser partícipe de cosas productivas o destructivas. Cuando me encontré con este sentimiento que me sobrepasaba, que despertaba esa ira que hace mucho no conocía, traté de mentalizarme para ver cómo podía hacer dos cosas de una: sembrar bien, y hacer justicia. No siento que esta historia esté acabada, me siento tan exaltada todavía con el sentimiento, que esa gente "nominada" no está a salvo de mis palabras. No sé si alguna vez lo estará.

Así que ésta va a ser mi eterna lucha. Usar la lengua para bendecir, o para masacrar. Encontrar el equilibrio entre hacer justicia y excederse en sobremanera. Ya no puedo cambiar lo que viví, sólo decidir qué hacer para que esa experiencia resulte edificante y productiva.

Qué lucha, señores.

1 viajeros que conversan:

Enrique Ramón Galeano dijo...

Palabra: esa mágica varita que puede cambiar el rumbo de muchas historias. Palabra que cura, incluso el alma de quien la profiere. Basta apenas encontrar la palabra cierta, en el momento cierto y en la dosis cierta, dicha en el tono cierto. La palabra es el punto "G" de la razón, quien la pierde apela a la violencia para encontrar apenas el efecto negativo de la palabra, pues con la violencia no se consigue la harmonía del alma. Y con eso el alma vivirá siempre en discordia con la "personalidad"

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