Bendita la lluvia para el alma

Sábado, pasadas las 8 de la noche. Estaba saliendo de la iglesia con Filo (un amigo, para quienes no tienen el gusto de conocerle), después de cumplir -o al menos estar dispuesta a hacerlo- con las tareas del día. El cielo se dilucidaba entre permanecer negro con destellos blancos, como si Dios nos estuviera quitando fotos con un flash muy ruidoso, o derramarse como balde para limpiar el mundo.

No era un fin de semana normal. Usualmente los fines de semana saco presión de la olla ardiente que me vuelvo durante la semana (de la histeria acumulada), y cumplo con mis deberes académicos. Estos dos días de supuesto descanso y cumplimiento con la facultad se me descalabraron totalmente. Para comenzar, me pasé durmiendo, de lunes a viernes, a la 1 de la mañana. ¿Haciendo qué? Cosas del laburo. Tengo un examen mañana, de Marketing I, con un profesor bastante complicado. Muchas fotocopias, nada leído. Ya me resigné a tener que poner energías que no tengo para estudiar. Aparte, mañana comenzamos una campaña publicitaria para Creacion Publicitaria. Si bien vinimos trabajando con regularidad, de alguna manera no llegamos bien para mañana. Siguiente, se suponía que tenía una reunión con un cliente. Sí, un sábado. Eso hizo que la olla ya no sea ardiente, sino explosiva. Finalmente, era una de las responsables de un evento de la iglesia. Para sacar presión de la olla, suelo juntarme con Chris, y ese sábado sólo tuve la oportunidad de pasarle sus copias para estudiar. Sabía que el resto del fin de semana no lo iba a ver. No íbamos a cocinar juntos, ni a ver películas, ni a hacer nada de nada de absolutamente nada que nos gusta hacer juntos.

Llegó el sábado de noche, y ya sobreviví a: una reunión que nunca se hizo (pero condicionarme mentalmente me desgastó), a la merienda de la iglesia en su pre, producción y postproducción, y a tareas académicas que no hice y me remordían la conciencia.

Entonces, íbamos camino a nuestras casas con Filo, para cumplir con el resto de lo que faltaba, cuando Dios decidió abrir el cielo. Nuestro problema fue estar a exactamente la mitad del camino entre el auto y la puerta de la iglesia. Corrimos hacia el auto con el agua empapándonos enteramente. Yo no atiné más que a reírme y correr. No recuerdo haberme mojado tanto en una lluvia. Y, mientras corría y me reía, no sabía explicarme por qué, pero era la primera vez en varios días que me sentía genuinamente tan feliz.

Llegamos a la puerta del auto con los granizos cayéndonos encima, y ni un alma tan irresponsable como las nuestras en la calle. Nos metimos adentro pensando que íbamos a estar más a salvo que afuera, pero observando las ramas, el granizo, la corriente de río que se formó en la calle y los cables bamboleándose, decidimos movilizarnos a una estación de servicio.

A todo el resto de los que estaban en la calle se les ocurrió lo mismo. La Esso de Brasilia y España nos cobijó en un rinconcito, donde nos pusimos a esperar y a observar el cielo. La lluvia se disfrutó más cuando toda la sección de la ciudad se quedó a oscuras, pero sólo los mormones se arreglaron para hacer que su ángel de oro, ubicado en la parte superior de su cúpula, no se quede a oscuras.

Y ahí permanecimos, con los restos de una torta en mi regazo, y Filo observando que todo auto que se moviera no le toque, porque su camioneta ya tiene nuevo dueño. Ya me había pasado literalmente toda la tarde hablando con él, fuimos a Burger King a seguir conversando de dos mundos totalmente diferentes, como son el suyo y el mío. Él me preguntaba de revistas selectivas, yo le preguntaba si tenía que comenzar a comprar yenes o qué onda. En el auto, la conversación y la observación del mundo prosiguió.

Cuando le dimos tiempo a la tormenta para acabar, decidimos movilizarnos hacia nuestra zona. Seguían los vestigios de inmenso raudal, pozos abiertos, ramas y cables caídos. Lentamente avanzamos hacia Manorá e Isla de Francia, hasta que fui depositada sana y salva, en mi casa. Pasé más tiempo del estimado afuera, pero era un tiempo que Dios sabía que, para mí, era necesario.

Creo que lo que hice en ese tiempo de tormentafue quitarme de adentro mis cargas. Fue justo y necesario, la lluvia tuvo el extraño efecto de limpiarme el alma, tan agobiada, tan exhausta, tan rendida, tan cansada. Esa tormenta y un amigo que te escuche. Sólo con eso basta.

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