Puedo volver tranquila a Asunción. Cumplí mi promesa: me fui a la playa.

El martes de noche sabía que tenía que encontrarle un propósito turístico a mi semana. Climáticamente, está muy inestable la situación. Chequeé el pronóstico, y desde el domingo, que comenzó a llover, el miércoles iba a ser el primer día ´parcialmente nublado, con lluvias dispersas´. Era mi pequeña ventanita a la libertad.

Coordiné para salir bien temprano de la casa con Krishna, para emprender rumbo a Miami Beach. Inmediatamente, me subí arriba, con el éxtasis y la adrenalina de un paseo esperado, a escoger mi vestuario. Quité mi vestido blanco y negro nuevo, y mi bikini negro, y me puse a armar un bolsón especial, con toallas, crema para el cabello, cepillo, protector solar... la cartera con los mapas... y me senté a mirar los mapas del metro y del bus, para ver cómo llegaba hasta allá. 

¡Casi no pude dormir de la emoción! No sé por qué se me dio por ahí. Pero es lindo sentirse así.

A la mañana siguiente, cambio de planes. Primero, Sandra -mamá de Joao- me prestó una mochila para cargar mis cosas, lo cual fue muy útil, dado que soy cachivachera. Segundo, salimos a las 7:45 am de casa. Regularmente salimos a las 7, pero ese día dio para atrasarse, Joao padre llevó a los dos chicos al colegio porque tenía que estar antes en el centro. Eso sí, llegamos a las 9.30. Muy atrasadas, ambas. 

Corrí al correo, luego al metro mover.  De ahí, bajé bien en el centro, y fui hasta la parada a esperar mi bus. En ella, encontré a una puertorriqueña malhumarada por perder su bus, y a un ex marinero dominicano que estaba obsesionado con geografía. Conocía mucho el tipo. Y se paseó por el mundo con su trabajo. La gente tiene la manía de hablarme, y aunque a veces quedo con miedo, le sigo la corriente si es que la situación me favorece en seguridad. De cualquier manera, siempre son gente en traje -lo cual no es garantía, pero bueno-, señoras o viejitos. Si me habla alguien de mi edad, es cuando voy caminando y necesito direcciones. Después de ayudarme, se quedan mirándome y me dicen, ´sos muy linda´. Nada que ver, pero lo hacen de manera educada, sólo acotando algo, cosa que nunca me espero. Sólo respondo ´gracias´y me despido, y me dejan seguir mi camino. No tenían otra intención más que decir lo que pensaban. (Por supuesto, ayuda en algo al autoestima andar así por la calle. Deberían hacer la rehabilitación de baja autoestima por las calles de Miami. Arregláte un poco, y sí o sí alguien te da un cumplido).

Tras tomar mi bus -el C, como C de Chris, dije para acordarme de cuál tomar-, me entró el pánico. ¿Habré tomado bien? ¿Me lleva éste realmente a Miami Beach? Inquieta, le pregunté a la señora de en frente. El bus pasó la salida que cruza sobre el mar y lleva a la isla donde está South Beach y Miami Beach, y seguía rumbo norte de la ciudad. Me dijo que sí, que iba. Ahí varios escucharon la pregunta, y no les miento: cuatro personas conversando conmigo. Un señor incluso me regaló el mapa turístico de Miami Beach, iban contando cada uno de dónde era y qué hacía por ahí, se hablaban entre ellos y hablaban conmigo. Una vez más, liada en conversación, todo el mundo me asesoraba acerca de mi destino.

Tomé control de la situación, porque si la doy a otro, después cuando tengo que retomar yo, no logro hacerlo. Permanecí atenta a las calles, hasta llegar a la 10th Street, donde bajé y caminé hacia el mar, para encontrar el Art Deco Welcome Center. Llegué 5 minutos tarde para el tour de la Zona Art Deco. Pero tenía otra opción: hacer el tour por mí misma. Con un Ipod y mapita, vas caminando y viendo las cosas por tu cuenta. Era un desafío a mi capacidad de seguir instrucciones, confieso que tenía miedo de hacerlo, no por si me perdía -ya me perdí y conseguí llegar de vuelta- pero por desperdiciar 15 dólares en una lección que no me iba a entrar en la cabeza. Ya hice este viaje, me dije, más vale que le quite el jugo. Tomé el Ipod con el mapita, y comencé el paseo por la zona.

Caminar mirando los edificios, la gente, la vida que pasa por Miami Beach, es algo psicodélico. Colores blancos, pasteles, piedras, palmeras, arena. Gente, restaurantes, deportes. Iba mirando los edificios, y el Ipod contándome de historia y enseñándome de arte, explicando la estética del Art Deco y el por qué de las líneas curvas, la verticalidad, la baja altura de los edificios... 

Desde la primera vez que fui a Miami Beach, esa única vez cuando tenía 11 años, quedé fascinada. Parece que entrás en un cartón postal, que sos parte de ese pedazo de arte e historia de la ciudad. Un toque de bohemio, de chic, de sencillez, de paz, de éxtasis, de diversidad, de unión. 

Tras una hora y veinte minutos, pies adoloridos, cachetes rosados, devolví el Ipod al centro de turistas, y fui a cazar un lugar donde comer. Era pasado el mediodía,  entonces estaba ávida por encontrar dónde comer. Una pizzería que prometía una experiencia neoyorquina del momento fue mi escogido. No por la experiencia, sino por el precio. Una pizza inmensa, cargada, caliente, tostada. Una delicia: mozzarella, pollo agridulce, bacon. 

En la paz de mi almuerzo sobre Washington Ave., aparece un pobre tipo corriendo a una cuadra. Gritaba  ´Bubbles! Bubbles!´, y pensé que era un loco más corriendo por la vida, con el mero objetivo de entretenernos. Resúltase que Bubbles era su perro chiquitito, que pasó como un torpedo por mi lado. Traté en darme cuenta que Bubbles corría de su amo (¿Será por el nombre que le puso? ¡¿Burbujas?!) y se dispuso a hacerle correr por Miami Beach. El pobre tipo gritaba con voz aguda, se desarmaba corriendo, y el perrito-onda-perrito-de-Paris-Hilton revoltaba la ciudad. Decidió cambiar la calzada por la avenida, haciendo al tránsito parar, a los peatones correr tras él, a motoristas -¿eso es español también o sólo portugués?-  bajar de sus vehículos para ayudar... Queridos, las cuadras son muy largas en EEUU, da para hacer un cortometraje en sus distancias, por eso pude ver que pasaba tanto.

Volví hacia la playa, y me tomé la molestia de caminar unas tres cuadras sobre la Ocean Drive -he´i Avda. Beiramar, la que está frente al mar- para hacer playa cerca de Johnny Rocket´s, donde venden milkshakes.

Habían pasado 20 minutos. Estaba mirando cómo hacían tatuajes de henna cuando, como quitado de un cartoon, ¿adivinen quién aparece? ...

Sí, el dueño correcaminos y Bubbles. Seguían corriendo, mucho más lento, pero el tipo estaba por colapsar. El perro corría más lento por buena onda, pero para él era todo un juego. Yo si era el tipo, le dejaba ir, por bobo. Me largué a reírme ahí, y la gente que estaba en el puestito del tatoo me miró, esperando saber qué generó mi reacción. Les conté la larga historia de Bubbles y el correcaminos. Todos se sumaron a su causa. Miami Beach fue transtornada por un perro del tamaño de una mano.

De ahí, pasé a la playa. Tuve otro momento cartón postal al mirar el horizonte, ese mar azul impresionante, la gente, las casetitas donde están los salvavidas... La arena es muy gruesa, no es de la que me gusta, pero estaba en la playa, había que experimentarla.

Extendí mi toalla y quité el bronceador. Me fui preparada para hacer playa, así que era sólo quitarme el vestido y bam!, ya estaba en bikini. Me ubiqué cerca de un matrimonio de viejitos, para pedirles que cuiden mi mochila mientras entraba al agua.

Entré hasta la cintura, el agua no estaba tan fría, y era perfectamente limpia. Conseguía ver el fondo, mis pies, los caracoles, todo de manera perfecta. No hay ningún caño yendo a la playa. 

Ahí vi a un tipo recorriendo la costa con su maquinita para encontrar oro. Disfrazado de buzo, como en las películas, iba con su maquinita haciendo ruidos. Habían empresarios a mi alrededor haciendo negocios desde la playa, con notebooks, celulares. Resúltase que se permite hacer topless también. Como si nada, unas cuantas mujeres tomaban medidas para no quedar con marcas de bikini en la parte superior. Yo estoy muy orgullosa de mis marcas de bikini, son la única evidencia de que estuve en la playa. Aparte soy muy tímida, ni en frente a mi hermana me gusta cambiarme. En otra vida será lo del topless :)

De ahí pasé a la arena, y no pude evitar acordarme de mi familia. Les envié un mensaje contándoles por dónde andaba, y acerca del sol radiante y la playa, y mi paseo. Pensé que andaban todavía por la playa, pero resúltase que ya estaban camino a Asunción. Minutos después, abruptamente comenzó a llover. Me levanté, empaqué y pasé a retirar mi milkshake, antes de tomar el bus y escoger un nuevo rumbo. Eran las 2 pm, a las 5 tenía que estar en Brickell para volver en casa con Krishna.

Yo pensaba pasar un día sin hacer compras. Pero Dios no quiso (jajajaaaa, como si fuese que la lluvia fue para que yo vaya a hacer compras) y pasé por Marshalls, en el centro, otro punto de visita frecuente con mi mamama hace muchos años atrás, en mi única visita a Miami hasta ahora. Meli, te conseguí el perfume de Escada por 25 dólares. Ese será vilmente asaltado por mami y yo. 

A partir de ahí el día fue más lento. Volví a casa, me bañé, cené y fui a la iglesia. Fue muy lindo, una vez más, y de ahí ya volví exhausta. El sol cansa, y los cachetes rosados evidencian que estuve vagando de playera. Debería hacer playa por lo menos 1 vez a la seman. Estoy muy feliz de poder haber vuelto a disfrutar de la zona Art Deco.


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